Christian Bendayán

Nació en Iquitos en 1973. Artista de formación autodidacta; ha realizado ocho exposiciones individuales y participado en varias exposiciones colectivas en el Perú y el extranjero.

Representó al Perú en la Bienal de Mercosur 2001 en Porto Alegre, Brasil, y en la Bienal de Sao Paolo - Valencia 2007, España. En el año 2004 su obra formó parte de la muestra Pintura Peruana Contemporánea del Siglo XX , en Sevilla, España, y en Resistencias en la Casa de América de Madrid en el 2001. El año 2000, obtuvo el Primer Premio en el concurso nacional de arte Pasaporte para un Artista, otorgado por la Embajada de Francia en el Perú.

El año 2003 el Museo de Arte del Centro Cultural de San Marcos realizó una muestra retrospectiva de su obra.

Ha producido varias exposiciones de artistas jóvenes en Iquitos; allí también, el año 2002, organizó el festival de arte Puerto Visual, conformado por cuatro exposiciones colectivas simultáneas. El mismo año, presentó en Lima la muestra de arte popular urbano de Iquitos titulada PURO SABOR, en la sala Luís Miró Quesada Garland. El 2005 tuvo a su cargo la muestra colectiva La Soga de los Muertos, el conocer desconocido de la Ayahuasca, en el Museo de Arte del Centro Cultural de San Marcos, en el marco de la exposición múltiple Amazonía al descubierto.

Forma parte del colectivo Kacharpari, responsables del proyecto SABROSO encuentro con los sentidos populares.
Es fundador y miembro de la asociación La Restinga que, desde 1996, desarrolla proyectos artísticos, de educación, salud y alimentación con niños y jóvenes trabajadores de las calles en Iquitos.

Actualmente prepara una exposición individual de pintura que será presentada en el Centro Cultural Peruano Norteamericano de Arequipa en junio de 2007.

Lo Impuro y lo contaminado. Christian Bendayán: Un pintor de la selva (urbana).

por: Gustavo Buntinx

La coexistencia de lo irreconciliable

Una vibración nueva recorre a la cultura peruana. Una irradiación urbano-popular de procedencias mezcladas que, sin embargo, encuentra en la amazonía el tórrido caldo de cultivo para varias de sus sensaciones más extremas. Ciudades tecno-tropicales cuya (post)modernidad chirriante permea a las industrias de la música y del espectáculo para desde allí redefinir los imperativos contemporáneos de nuestra visualidad de masas.
También los de cierta plástica erudita. Y es precisamente un pintor nacido en Iquitos a fines de 1973 quien ha sabido llevar esta renovación a los espacios protegidos del arte. Esta perturbación: Christian Bendayán (des)articula sus cuadros con imágenes y materiales que ponen en ruda fricción, sobre un mismo soporte, ese archipiélago de temporalidades dislocadas que con demasiada ligereza solemos llamar Perú. En sus lienzos conviven pinceladas al óleo de refinado realismo con chabacanos brochazos de esmalte o pintura látex –e incluso pedazos de espejos rotos a la usanza de cierta decoratividad vulgar (Rosa, 2000). La intensidad “académica” de algunas representaciones contrasta así, en un solo cuadro, con la formalidad estridente de una estética callejera o de cantina. O sencillamente de pobretona sala-de-estar.
La coexistencia de lo irreconciliable: sin duda un señalamiento de nuestra (post)modernidad hecha pedazos –y sus recomposiciones populares. Pero también una gozosa reivindicación de la pintura misma como vehículo pleno y apto para la expresión de esa complejidad. Celebración marcadamente erótica, aunque no menos crítica por ello, como lo indica la sexualización sesgada de buena parte de las imágenes así producidas.


Estéticas paralelas

por: Alfonso Castrillón
Muchos artistas jóvenes, con formación académica o sin ella, se han acercado al arte popular urbano y a su estética rechazada. Entre ellos destaca Christian Bendayán (Iquitos 1973), autodidacta que escoge sus motivos en cantinas y discotecas. Sus adolescentes, travestis, peluqueros y reos de la provincia del oriente pertenecen a un submundo insospechado, el de los antros con avisos de neón rosados, violetas o amarillo bilioso. El del glamour kitsch. Todo eso lo seduce y él lo representa jugando con dos tipos de técnicas: una realista, de impecable factura que resalta los volúmenes, y otra de pintura chata, de aviso popular y de colores estridente, Este montaje crea un desconcierto en el espectador que no logra comprender cómo dos técnicas tan distintas y distantes pueden convivir en el cuadro. Pero la originalidad de Bendayán radica en haberse apoyado en la pintura realista tradicional para aludir a un gusto diferente al del establishment: Su propuesta es como el agua y el aceite, estéticas paralelas, juntas pero no revueltas.

Edén / Babilonia

por: Jorge Villacorta
Christian Bendayán lleva buen tiempo andando un camino solitario. No sólo porque lo emprendió y lo ha sostenido durante un número de años en Iquitos, sobre el Amazonas, su ciudad natal, sino porque en éste momento, dentro de las coordenadas de la plástica nacional más reciente, su obra propone abiertamente un intercambio sobre experiencias de frontera psíquica entre lo hermoso y lo degenerado, lo vulgar y lo erudito, lo sagrado y lo profano a las que difícilmente se entregaría alguno entre sus coetáneos peruanos, con la misma sed, la misma angustia, el mismo amor.
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Con riesgo de desatender el rasgo de humor en sus trabajos, se puede uno permitir apuntar a desentrañar algo que queda como rastro de religiosidad en ellos. Dirigida a interrogar una diversidad de tópicos que se suceden unos a otros en las manifestaciones de la plástica peruana de fin de siglo, la visión de Bendayán revela una atención insólita puesta en construir la imagen, consagrando el acto de representar como acción de hacer visible un esplendor en lo humilde, lo ultrajado y lo desplazado: contemplando lo marginado en su naturaleza de carne o de cosa o de ambas. Acompaña a esto una aproximación a la figura que admite la sensualidad inherente a lo físico, propia de un cuerpo o de un objeto, pero que imprime una orientación a su afloramiento: marca claramente, aislando sin desgarrar, lo que ya existe como diferente-o lo que el artista juzga que puede y debe ser reconocido como tal-en el ámbito de lo real y efectúa su rescate, en razón de esta diferencia, conmimando al observador a compartir su mirada. Uno estaría tentado de hablar de una religiosidad de rostro cristiano, generadora de un desarrollo con aire de programa iconográfico que escapa hacia la desmesura y que da como resultado un aire incrustado de esquirlas de un estallido católico, con trazas de la Caída y residuos de Redención.